Vuelta a las andadas.
Bueno, después de un tiempo sin escribir, y con más sueño que vergüenza (gran finde en Granada, esperemos que se repita pronto) dejo aquí mi último relatillo, que esperemos que llegue a buen puerto en el certamen al que ha sido presentado. Tuve poco más de veinte minutos para escribirlo, pero estoy bastante satisfecho con el resultado. Ojalá os guste, ¡gracias a todos!
PASADO SIN FUTURO.
Esta noche te he besado dentro de una hora, pienso mientras me llevo la copa a la boca y contemplo tu cara reflejada en la superficie del vino. Fue un beso apasionado el que te daré delante de tu portal, la noche, tú y yo, quizás alguna farola entrometida y una esperanza aguardando en mi boca. Pruebo el vino, suave, delicado, con un toque de personalidad. Es como probarte durante unos segundos. Apuro los últimos aromas y las texturas y sabores que se posan en mi lengua. Digo algo, no recuerdo muy bien el qué, y en tu cara amanece una sonrisa. Fue precioso besarte cuando te acompañe a casa. Tan sólo durará unos segundos, quizás dos o tres hasta que me apartes enfurecida y te alejes para siempre. Pero no, no ha sido así, estoy seguro aunque aún no haya ocurrido. Apuesto a que al llegar a tu portal nos hemos mirado, tú recordando en mis pupilas a aquel muchacho de hace años en el instituto que te ayudaba a llevar la mochila y te sujetaba las muletas al sentarte en tu mesa; yo dándome cuenta de que a lo largo de este tiempo me he perdido en muchos ojos pero sólo en los tuyos me encuentro. Se ha producido un momento de silencio, malinterpretado por ambas partes, y la noche se ha abierto con el latido de mi corazón restallando contra el pecho. Y ahí, justo en ese momento, te he cogido con suavidad la nuca acercándote a mi boca y te he besado apasionadamente, como nunca antes te han besado, como nunca antes se ha enamorado de ti. Y he sentido tus labios carnosos y tu lengua, tímida al principio y juguetona instantes más tarde, embargándome la misma sensación que debe darle al mantel el vino cuando se derrama una copa y se extiende a lo largo de su superficie. Un vecino ha pasado y se nos ha quedado mirando, aunque ya nos daba igual. La suerte estaba echada, y quizás por eso he soltado aquella lágrima. Ni siquiera te has dado cuenta, porque en ese momento te apretaba contra mí con tal fuerza que mis brazos hacían invisible el resto del mundo. Las manos abiertas sobre tu espalda rogaban que no te fueses, que te quedases conmigo un poco más, un minuto, una hora, toda una vida. Deseaban tenerte para siempre durante ese momento, estamparlo en el cielo y que todos los días al anochecer pudiese mirarlo y recordar con una sonrisa que te quise y me quisiste al menos ese instante. Una de las manos subió hacia tu pelo acariciándolo con ternura, en un vago esfuerzo por cambiar lo inevitable. En ese momento, dentro de una hora, has apartado mi cuerpo con cuidado distanciándote unos centímetros. Te has acercado a mi oído mientras me pasabas la mano por la barba y antes de marcharte para siempre me has susurrado que nunca me dejarías. Allí nos hemos quedado solos, la noche, la farola y yo, y el triste recuerdo de lo que aún no ha sucedido. Y yo, iluso, aún sigo en ese restaurante, disfrutando de tu sonrisa, de esos maravillosos ojos grandes y marrones y saboreando junto al vino todas esas ilusiones y esperanzas que una hora más tarde tendré que tragarme a palo seco. Hoy te he besado dentro de una hora, porque en cierto modo te besaré como tendría que haberlo hecho hace tantos años que ni el más puro y apasionado de los besos puede borrarlos de un plumazo.