Blogia

El Bocas

Vuelta a las andadas.

Bueno, después de un tiempo sin escribir, y con más sueño que vergüenza (gran finde en Granada, esperemos que se repita pronto) dejo aquí mi último relatillo, que esperemos que llegue a buen puerto en el certamen al que ha sido presentado. Tuve poco más de veinte minutos para escribirlo, pero estoy bastante satisfecho con el resultado. Ojalá os guste, ¡gracias a todos!

 

 

PASADO SIN FUTURO.

 

Esta noche te he besado dentro de una hora, pienso mientras me llevo la copa a la boca y contemplo tu cara reflejada en la superficie del vino. Fue un beso apasionado el que te daré delante de tu portal, la noche, tú y yo, quizás alguna farola entrometida y una esperanza aguardando en mi boca. Pruebo el vino, suave, delicado, con un toque de personalidad. Es como probarte durante unos segundos. Apuro los últimos aromas y las texturas y sabores que se posan en mi lengua. Digo algo, no recuerdo muy bien el qué, y en tu cara amanece una sonrisa. Fue precioso besarte cuando te acompañe a casa. Tan sólo durará unos segundos, quizás dos o tres hasta que me apartes enfurecida y te alejes para siempre. Pero no, no ha sido así, estoy seguro aunque aún no haya ocurrido. Apuesto a que al llegar a tu portal nos hemos mirado, tú recordando en mis pupilas a aquel muchacho de hace años en el instituto que te ayudaba a llevar la mochila y te sujetaba las muletas al sentarte en tu mesa; yo dándome cuenta de que a lo largo de este tiempo me he perdido en muchos ojos pero sólo en los tuyos me encuentro. Se ha producido un momento de silencio, malinterpretado por ambas partes, y la noche se ha abierto con el latido de mi corazón restallando contra el pecho. Y ahí, justo en ese momento, te he cogido con suavidad la nuca acercándote a mi boca y te he besado apasionadamente, como nunca antes te han besado, como nunca antes se ha enamorado de ti. Y he sentido tus labios carnosos y tu lengua, tímida al principio y juguetona instantes más tarde, embargándome la misma sensación que debe darle al mantel el vino cuando se derrama una copa y se extiende a lo largo de su superficie. Un vecino ha pasado y se nos ha quedado mirando, aunque ya nos daba igual. La suerte estaba echada, y quizás por eso he soltado aquella lágrima. Ni siquiera te has dado cuenta, porque en ese momento te apretaba contra mí con tal fuerza que mis brazos hacían invisible el resto del mundo. Las manos abiertas sobre tu espalda rogaban que no te fueses, que te quedases conmigo un poco más, un minuto, una hora, toda una vida. Deseaban tenerte para siempre durante ese momento, estamparlo en el cielo y que todos los días al anochecer pudiese mirarlo y recordar con una sonrisa que te quise y me quisiste al menos ese instante. Una de las manos subió hacia tu pelo acariciándolo con ternura, en un vago esfuerzo por cambiar lo inevitable. En ese momento, dentro de una hora, has apartado mi cuerpo con cuidado distanciándote unos centímetros. Te has acercado a mi oído mientras me pasabas la mano por la barba y antes de marcharte para siempre me has susurrado que nunca me dejarías. Allí nos hemos quedado solos, la noche, la farola y yo, y el triste recuerdo de lo que aún no ha sucedido. Y yo, iluso, aún sigo en ese restaurante, disfrutando de tu sonrisa, de esos maravillosos ojos grandes y marrones y saboreando junto al vino todas esas ilusiones y esperanzas que una hora más tarde tendré que tragarme a palo seco. Hoy  te he besado dentro de una hora, porque en cierto modo te besaré como tendría que haberlo hecho hace tantos años que ni el más puro y apasionado de los besos puede borrarlos de un plumazo.

 

Después de la tormenta.

¡Bueno, pues ya está hecho! Tras varios meses enfrascado en la maravillosa aventura de las oposiciones, vuelvo a las letras. Esta historia tiene ya su tiempo, pues es la que presenté al Certamen de Escritura Rápida de Coslada, allá por... abril me parece. Hacía poco que Pepe Rubianes había muerto, y se me ocurrió que qué mejor que dedicarle un pequeño homenaje a alguien que, extraña cosa, se había atrevido a pensar por sí mismo. Vaya con él este recuerdo, a estas alturas estará enseñándoles a los querubines a hacer botellones y cagándose en Dios in person. A los demás perdón por la tardanza, ¡¡pero es que aún no me creo que tenga plaza!!

 

Cinco monedas.

 

En la oscuridad, buscó a tientas con mano temblorosa el orinal bajo la cama. La lluvia repiqueteaba violentamente en la ventana del dormitorio, y sólo la tenue luz de algún rayo lejano, azulada y mortecina, plantaba batalla de forma tímida y esporádica a las sombras. Fuera, donde se acababa el relativo cobijo que ofrecían las combadas paredes del efdificio, la mayoría de la gente que antes se movía de forma acelerada buscaba ahora el refugio de un portal, de algún toldo o de la entrada de los comercios mientras que unos pocos valientes o temerarios, según se mire y según quién mire, proseguían con sus actividades calados hasta los huesos o bajo la fina tela de un paraguas. Una de estas personas era Lucía, quien se agarraba las solapaas de su vieja gabardina contra el cuello y rezaba, atea ella, porque los vehículos que bajaban por Las Ramblas desde Plaza de Cataluña olvidasen sus prisas al pasar junto a la parada del autobús en la que se encontraba. Apenas le dio tiempo a apartarse casi subiéndose al pequeño banco de la parada cuando sus peores temores se confirmaron en forma de ola de agua inundando la acera. entre pitidos y ruidos de motores. "Puto Pepe", pensó, y aprovechando que la calle quedaba unos instantes libre cruzó para telefonear desde una cabina. Aquella llamada le deparó lo mismo que las cuatro anteriores, veinte tonos antes de cortarse y cincuenta céntimos menos en el bolsillo derecho. Colgó con rabia, maldiciendo a la lluvia, a los ladrones de Telefónica y especialmente a Pepe, quien la había metido en semejante situación. Sin dinero más que para tomar el autobús de vuelta, Lucía se giró hacia una de las muchas ventanas que oteaban la avenida, sombrías muchas, amarillas varias y azules las menos. "Puto Pepe", volvió a pensar, incluso pareció susurrarlo mientras las gotas se deslizaban por su cara y sus labios. "Ya hablaremos mañana...". Y como una Dick Tracy derrotada, empapada y taciturna, decidió caminar para ir pensando qué le diría a Pepe al día siguiente. Pero Pepe, que seguía buscando a tientas su orinal y a quien, sin que usted supiera quién era dejamos abandonado unas cuantas líneas a merced de la noche, tenía otra idea muy distinta del mañana. Su corazón, agotado, desencantado de este mundo que le había tocado vivir y exhausto, había dejado de latir con normalidad. Los latidos, cada vez más lentos, eran una tétrica cuenta atrás que marcaba los últimos segundos de vida de Pepe. Siendo consciente de esto, teniendo que decidir qué hacer con sus últimos instantes, había rodado de la cama golpeando el suelo de madera con la espalda, haciendo crujir los ajados tablones, se había arrastrado bajo el somier y se había puesto a buscar el viejo orinal familiar, en desuso desde hacía años, en el que guardaba la carta para Lucía. Su carta de despedida. Tras unos segundos que fueron toda una vida lo encontró, extrajo el sobre con la carta y se tumbó, ahora sí, sin más asuntos pendientes. En la mano izquierda la carta que debía haberle entregado hoy. En la derecha, dos euros con cincuenta. Por las llamadas.

Para la floja. Para mi floja.

Acabo de leer una poesía tuya que me mandaste tiempo atrás y he decidido reescribirla, cambiando algunas cosillas, para así poder escribir este post cumpleañero. Porque, aunque ya seamos ex, eso no es excusa para no felicitarte como Dios manda. ten en cuenta lo que pone, aunque a veces no tenga tiempo ni fuerzas para hacértelo ver.

 

VERÁS SALIR EL SOL.

 

Porque en mitad del desastre sigo estando yo

Aguantando el timón en medio de la tormenta,

Porque me miras a los ojos y sabes que veremos salir el sol,

Heridos y agotados,

Pero veremos salir el sol.

 

Entonces lo sabremos,

No habrá excusas para no luchar,

No será imposible enfrentarse a la vida,

Sabremos que podemos salir adelante,

Sabremos que juntos no habrá golpe insuperable.

 

Y entonces te miraré,

Cansado, herido, jadeante

Y al mirarte me daré cuenta de que aprendiste

Que lo más importante no ha sido salir

Sino hacerlo sin traicionarnos a nosotros mismos,

Y que sigues siendo esa luz

Por la que el mundo decide amanecer un día más.

 

Un besote floja. Felicidades.

Abra Cadabra

Y en este nuevo año vuelve una historia más, de ésas que salen de repente sin saber bien de dónde y te pillan estudiando en medio de la biblioteca. Dedicada a aquellos que aún creen en la magia, ya sea metida en un cajón o en los mayores escenarios de Nueva York.

 

Nervios.

 

"Éste es el día", dijo para sus adentros en el camerino. La mano, temblorosa, apretó el nudo de la corbata contra el cuello de la camisa antes de recoger con el dorso el sudor frío que inundaba su pálida frente. Un impecable frac negro hecho a medida guardaba dos de los grandes secretos del mago aquella noche. El primero eran los cercos de sudor remarcados en las axilas de la camisa blanca, en cuyo interior pequeñas gotas heladas se deslizaban costado abajo en un quizás premeditado intento por distraer al mago. El segundo no era otro que una temblorosa vejiga, egoísta y caprichosa, que había decidido convertirse en el centro de atención aquella noche. Bien sabía el mago de ambas cuestiones, pues no dejaba de sacudir la camisa cogiéndola con el índice y el pulgar mientras contenía aquellas repentinas ganas de orinar. Se miró al espejo, extrañándole la cara del personaje que encontró al otro lado. Siempre apuesto, de impecable planta y estilo, aquella noche parecía una caricatura de sí mismo. Se tocó el corte que se había hecho en el cuello al afeitarse hacía ya una hora. Escocía, sobretodo cuando le caía algo de sudor. Por suerte ya no sangraba. Volvió a colocarse la corbata, no estando seguro de haberlo hecho bien la vez anterior, y miró en derredor. La penumbra que rodeaba al espejo iluminado por leves bombillas le cayó encima como un gigante, haciendo que los nervios aumentasen. "El mago más grande de todos los tiempos", le llamaban. Ése era su reclamo allá donde iba, e incluso algunos ya lo habían bautizado como "el nuevo Houdini". La verdad es que no era para menos, pues a lo largo de sus años como ilusionista había realizado los trucos y efectos más complejos, los más espectaculares y los más inverosímiles. Sólo le quedaba el de esa noche, el número más difícil y genial de toda su carrera, reservado para realizarse aquella noche en el Gran Teatro. En su despedida. Porque, se decía, tras aquel truco no merecería la pena subirse más a un escenario. era el gran número, pero debía salir bien. Desde la presentación hasta el vestuario pasando por la puesta en escena y la ejecución. Se mesó el denso bigote para darle la forma perfecta y justo entonces escuchó los aplausos que le reclamaban desde las gradas. El telón, rojo y grueso, estaba a punto de subir sólo para él. Mirose al espejo, puso la tiesa y brillante chistera sobre su cabeza engominada y sin más artefactos salió al tableado que componía el suelo del escenario. Se colocó en el centro, las luces enfocándole y cegándole, se puso la mano en la cara a modo de visera e hizo una señal al tramoyista. Todo estaba listo. Tragó saliva una vez más y contuvo la vejiga, mientras al otro lado de la tela roja que ascendía perezosa tronó la orquesta para darle la bienvenida, enmudecida al poco por el griterío y los aplausos. pisó firme para calmar el temblor de las piernas cuando vio las gradas llenas y vivas, ni un alma quieta, todas rompiendo en vítores. Aguardando, como en todos los espectáculos, ser sorprendidos. Que él, el nuevo Houdini, sacudiese su realidad y la reinventara por unos instantes para ellos. Pero aquella actuación no fue como las demás.

Ni siquiera saludó. Estaba centrado en el gran número, en el truco final. Simplemente se quedó ahí, paralizado, envuelto en grandes luces que centraban toda la atención y todas las miradas en él. Poco a poco los aplausos se fueron apagando y dejaron paso a la expectación, y así acabó todo el público, sentado, pero con el cuerpo echado hacia delante, impacientes. El mago siguió sin moverse ni hacer el más mínimo gesto, con la mirada perdida. Veía el graderío, e imaginaba el brillo de los ojos de la gente apagándose lentamente. Recordó el gran truco y siguió allí quieto, con todos los músculos en tensión y los nervios a flor de piel. El sudor afloró más intensamente, pero no se movió. Siguió paralizado en su último espectáculo, el que se había vendido como el más grande de su carrera. Pero la magia no vive sólo de promesas, y sus ojos se inundaron cuando comenzaron los abucheos. Sus seguidores gritaron increpándole, e incluso alguno le amenazó con represalias si no empezaba. Notó cómo el teatro se empequeñecía y le apresaba, y cómo las caras de ira estaban cada vez más cerca y eran más nítidas. Desvió ligeramente la vista cuando uno de los espectadores se levantó indignado y fue hacia la salida. Le acompañó con la mirada hasta que cruzó la puerto, y justo en ese momento, cuando más ganas tenía de calmar a la gente, cuando el instinto le decía que debía hacer algo, la rigidez de su cuerpo aumentó. Uno a uno el público fue saliendo mientras los focos de las gradas, quizás para ocultar parcialmente el bochorno, se apagaron. Un espectador debió aprovechar esos momentos de oscuridad y anonimato, pues desde el graderío cayó un tomate que impactó en la chistera del mago tirándola al suelo a su diestra. Pasados unos minutos de abucheos e insultos, el teatro quedó en completo silencio. El denso aire flotaba pesado, holgazán, y la luz del único foco que permanecía encendido, el que le iluminaba a él, se mantenía como un dedo acusador. Una lágrima descendió por la mejilla del mago hasta tocar la base del rizo del bigote, perdiéndose entre los enrevesados pelos. A esa lágrima le siguió una sonrisa, primero tímida y luego de completa satisfacción. Se relajó, dio media vuelta, se acercó a la chistera y tras cogerla lentamente, deleitándose, la limpió y se la volvió a acoplar en la cabeza. Escuchó atentamente y no oyó nada. Respiró tranquilo. El truco más difícil de su carrera había salido a la perfección y nadie además de él se enteraría nunca: había matado a la magia.

Ahora que el mundo está recién pintado

Este poemilla, sin rima, sencillo y rápido, tiene tras de sí una historia que comenzó hace unos meses, cuando ocurrió algo que me obligó tajantemente a escribirlo. Curiosamente, nada más escribirlo lo rompí, pues no estaba seguro no del poema ni de lo que en él decía, sino de en qué pensaba exactamente o qué objeto tenía. Pero el tiempo pasó, y ese textito permaneció macerando, sin querer irse, agarrado al recuerdo con las uñas descarnadas sin querer irse, zafándose del olvido y ganándose a pulso su reconocimiento. Es por eso que hoy lo publico. No como era exactamente, pero sí diciendo lo mismo que quería decir.

 

Oración atea.

No quiero empapar mi camiseta con tus lágrimas otra vez,

ni quiero tener que volver a correr para consolarte,

tampoco quiero que haya más abrazos tristes

ni morir más al verte así.

Pero también pide este ateo,

pide para tener la camiseta seca y presta las veces que haga falta,

pide para cortar el viento en un segundo y aparecer a tu lado cuando lo necesites,

pide para que sus brazos sigan fuertes y no tiemblen al sostenerte,

pide para resucitar siempre y poder seguir ahí

y pide que tú un día, al igual que hice yo, descubras que una persona no se va de nuestro lado mientras la recordemos.

Impasible esperanza, imposible anhelo.

Vuelta a la biblio a "estudiar" y por lo tanto vuelta de la inspiración. Como cualquier rato de estudio es bueno para hacer otra cosa, aquí dejo un relatillo que escribí cuando las musas vinieron a tomarse un café conmigo. Espero que os guste.

 

Impasible esperanza, imposible anhelo.

 

Odio tus ojos. Ésos que, una vez he visto la realidad y su crudeza, la vileza de algunas personas y la impotencia de las almas buenas, hacen que me engañe. Cuando ya sé que el mundo es de los villanos, que el poder será siempre para el déspota, que miles de niños morirán tras estas líneas de tinta al tiempo que se escriben. Justo ahora que entiendo que la felicidad es un concepto obsceno y grotesco cuyo significado únicamente está para rellenar dos líneas en el diccionario, y además lo he asumido, vas y me miras nuevamente, y nuevamente me engaño, pensando que el futuro ofrecerá cosas mejores y desempolvando la esperanza. Así me creo cosas imposibles, y apuesto por lo que tengo la certeza de que nunca llegará a ser. Odio tu mirada porque me invita a soñar y me aleja de la realidad a la que me he acomodado. Odio tus ojos. Y sin embargo no puedo dejar de mirarlos.

Menú del día: levantar ampollas.

Volvemos fuerte. Bueno, vuelvo fuerte, pues acabo de mirar a mi alrededor y únicamente comparto el blog con un matojo seco del viejo oeste que se pasea en cueros en derredor. Esta vez no hay historias, poesías o escritos con moraleja, sino opinión. Juré hace tiempo que no utilizaría este blog para ello, y que en él únicamente se contarían historias. Pero mira, como eso me lo juré a mí mismo y tras hablarlo un rato he decidido que no me molesta faltarme a mi palabra, hoy me despeloto verbalmente y hablo después de tanto tiempo callado. Y lo hago con un tema que a día de hoy está muy de actualidad: el aborto. Uh, ah, alboroto y jaleo general. Podría haber hablado sobre el terrorismo, sobre la guerra, sobre el porqué según Solbes son las propinas de 20 céntimos las que están hundiendo nuestra economía... ¿por qué entonces este tema y no otro? Bien, la razón es muy sencilla. En lo referente a los mencionados anteriormente, siempre he tenido una opinión realmente clara y nítida. Incuso en lo de Solbes, aunque la absurdez del tema me cogiese a contrapié. Pero siempre que me preguntaba sobre qué opinión me merecía el aborto la respuesta era la misma: no he pensado sobre el tema y por lo tanto no tengo una idea formada. Hasta hace uno o dos años, no recuerdo bien. Fue entonces cuando conocí el tema de mano de una de las personas que quizás sin saberlo más me ha influído y a quien, a pesar del tiempo que hace que no nos vemos, sigo admirando como el primer día. Una gran amiga, cuyo nombre ahora no es de importancia para el desarrollo del tema que nos ocupa, me contó que había abortado. Fue una sorpresa, sin duda, pero más lo fue el ver que algo tan abstracto para mí se hacía tan cercano, tan próximo. Tan humano. De un plumazo desaparecieron todas las estadísticas, todos los argumentos a favor y en contra y quedó lo que de verdad importa: las personas, las historias que subyacen detrás de cada tema para el cual todo el mundo afirma tener la única solución posible. Y dejad que os diga una cosa: en su voz no vislumbré en ningún momento indiferencia. Hablaba pensativa, como hacemos todos con aquello que nos importa, que nos marca, que nos ha resultado una experiencia imborrable. Habló de cómo fue pasar por todo aquello, de los motivos (que justifiqué y sigo justificando hoy día pregunte quien pregunte) y de la difícil decisión. De esa fría clínica, de las sensaciones cuando se le estaba practicando el aborto. Y fue en ese momento, música en los auriculares y tren destino Coslada desde la estación de Atocha, cuando empecé a darle vueltas al asunto. Y a día de hoy, puedo decir sin temor a equivocarme que no estoy a favor del aborto, ni de su prohibición, sino de la libertad de poder elegir. Así de sencillo. ¡¡Mataniños, descerebrao, rojo!! Ejem, sigamos. Lo primero que yo creo que se debería hacer es un análisis concienzudo de lo siguiente: no queremos impedir a ningún niño que nazca, pero utilizamos preservativos (y no, no son sólo por las ETS) o tomamos la píldora. Y usted, el señor conservador del fondo, sí, el del bigote, deje de señalar a los demás mientras besa el rosario que he visto el calendario que tiene en su dormitorio para ver cuándo es de recibo acostarse con su mujer para que no se quede preñada (por no hablar de que usa más la marcha atrás que aparcando en línea). Católico practicante pero eso de "sexo para reproducirse" nos lo pasamos por el forro siempre que podemos, ¿eh? Bueno, llegados a este punto, se podría decir que todos, en el mismo momento en el que utilizamos técnicas para evitar embarazos, estamos cercenando vilmente el futuro del pequeño "Paquito". ¿Y cuál es la diferencia principal con el aborto? La probabilidad. Ni más ni menos. La probabilidad de que el embrión se pueda desarrollar. Suena frío, sí, y es frío, pero es así. Es algo más probable que el feto evolucione cuando hay fecundación que cuando no la hay, eso es de cajón. Pero, en esencia, ¿no estamos hablando de impedir la reproducción? Porque si se penaliza el aborto hay que penalizar también a los "condoneros", "pildoreros" y practicantes de la abstinencia. Oigan, ustedes: que sepan que están impidiendo la reproducción. "Pero es que en el aborto el niño ya existe". No, mire. Hasta que no han pasado unas determinadas semanas (las que dicta la ley justamente) el embrión puede acabar bien o degradarse por sí mismo. Es ley de vida, naturaleza pura y dura. Además, de no haberse abstenido el niño habría existido mucho antes. ¿No es eso negarle también la vida? Llegamos al límite sobre aborto sí o aborto no. Y llega la pregunta del millón: ¿quién decide si es conveniente el aborto? Bueno, la respuesta está bien clara: el Papa. Venga, que no, que era broma. Que un cura te dé lecciones sobre paternidad y relaciones sexuales es como... como que un dromedario te aconseje sobre qué abrigo ponerte. Así que ustedes métanse en sus cosas, aunque les joda lo que realmente quiero manifestar: mi creencia de que son los futuribles padres y madres quienes tienen el derecho y el deber de elegir qué hacer. Y si alguno piensa que eso de abortar es algo que a mucha gente le parece la cosa más normal del mundo y que lo podría hacer indiscriminadamente, es que o bien no sabe de lo que está hablando o es que es rematadamente gilipollas. Abortar es un hecho duro, traumático en muchos casos, y que deja huella. Siempre. Así que descuiden que quien ejerza su derecho a practicarlo libremente no lo hará ni por vicio ni por diversión. "Cariño, ¿vamos al parque o mejor abortamos?" Por desgracia para muchos, la vida no tiene cocodrilos en los polos, ni tan siquiera un sueldo fijo a fin de mes. Para muchos la vida ya es demasiada incertidumbre como para hacer pasar a otra persona por lo mismo, y sólo ellos saben si podrían salir adelante. Además, qué coño, nos damos golpes en el pecho siendo adalides de la libertad y el derecho a existir de alguien que ni siquiera existe aún y luego vamos por el mundo pisoteando gente y esclavizando a niños de África para que las playeras nos salgan baratas. Preocúpense por los que ya estamos aquí, que hay muchos y la mayoría jodidos, y dejen de ser hipócritas metiéndose en asuntos que no les incumben lo más mínimo. ¿Qué haría yo? Contrariamente a lo que mucha gente podría entender en este tocho que acabo de escribir, seguramente decidiría tener a "Paquito" (previo consenso con la madre, evidentemente). Pero este tocho no va sobre abortar. Este tocho va sobre la libertad de poder decirle a quien pretenda obligarnos a tomar una decisión sobre nuestro futuro y el de los que vienen detrás basándose en unas ideas arcaicas y anquilosadas: "Vete a tomar por el culo, que sobre mi vida decido yo". Formemos a las personas para que puedan decidir sobre su vida con juicio y libertad. Libertad... ¿a que da miedo, Benedicto?

 

En fin, perdón por el tocho pero es que era un tema que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo. ¡Para la próxima algo más ligerito, palabra de yo!

De cuando el barco llega a puerto.

Parece mentira pero, un año más, hemos llegado a puerto. Cuando hace diez meses se me dio la oportunidad, la enorme oportunidad de capitanear un barco llamado 4ºA, me vi un poco desbordado. Al fin y al cabo, hasta entonces no había sido más que un grumete en esos lances, y de repente me encontraba a cargo de una embarcación de tres mástiles, con una tripulación de veintitrés marineros y una serie de objetivos por cumplir. Y creo que este año, o este largo viaje por seguir con el símil marítimo, hemos conseguido cosas muy importantes. Y desde este humilde rinconcito quiero aprovechar para agradecer a los demás capitanes de la flota, que no son otros que las personas que han compartido conmigo no sólo un año de trabajo sino también de vivencias, de emociones y de recuerdos. Juntos hemos reído, nos hemos asustado y hemos llorado a lo largo de todos estos meses, y hemos contado, o al menos eso creo yo, con la certeza de que cuando nuestro barco zozobrase o fuese fustigado a cañonazos por el enemigo aparecería otro capitán dispuesto a ayudarnos en la batalla que no era otra que la de llegar a buen puerto. Sinceramente creo que hemos hecho muy buen trabajo, y que sin vosotros, ya más amigos que compañeros, no se hubiese podido conseguir. Dicho esto, y aguardando un nuevo barco con el que zarpar, dejo aquí mi último relatillo, inspirado en una frase que surgió de repente en uno de esos "fascinantes" claustros que nos ha tocado vivir. Espero que os guste.

 

 

Entender la libertad.

 

Te hablo a ti tras estos barrotes, entre estas cadenas y sometido por unas pesadas esposas a las que puede que yo mismo haya echado llave. Pretendo, ingenuo, que me escuches desde la lejanía, ahora que se me quitó el privilegio de hablarte mirándote a la cara. Intento, entre rabia y tristeza contenida, retrasar el reloj algunos días para poder sonreir unas horas más. Y es que ahora, justo ahora que empiezo a conseguir tantas cosas, quizás deba entender que no soy libre sin el color de tus ojos.

Veremos salir el sol.

Ayer por la noche Laura me mandó un escrito en un mensaje en el cual hablaba de mí. No obstante, lo que en él se dice creo que se puede aplicar a muchos de los que leéis de vez en cuando este baúl de letras colocadas con cierto orden, así que, después de pedirle permiso, lo publico para que todos podáis disfrutar del talento de esta artista del sur. Y una vez más, gracias a todos.

 

 

VEREMOS SALIR EL SOL.

 

Porque en mitad del desastre sigues estando tú

Aguantando el timón en medio de la tormenta,

Porque te miro a los ojos y sé que veremos salir el sol,

Heridos y agotados,

Pero veremos salir el sol.

 

Entonces lo sabremos,

No habrá excusas para no luchar,

No será imposible enfrentarse a la vida,

Sabremos que podemos salir adelante,

Sabremos que juntos no habrá golpe insuperable.

La caballería

Dicen que no hay momento más feliz para un guerrero que ver acercarse a la caballería justo cuando está a punto de caer presa del enemigo. Bien, hoy no me pondré literario, ni escribiré historias inventadas. Hoy es simplemente un día para el agradecimiento. No han sido buenos tiempos, algunos de vosotros ya lo sabéis. Es duro ver cómo la autoestima de uno se va viendo minada poco a poco por motivos que le son inexplicables, y cómo va cayendo en un pozo similar al que mi compañero de colegio y de cervezas (cosa mucho más importante) Alberto describió hace tiempo ya en uno de sus posts. Por suerte, igual que al caballero del comienzo del texto que hoy me ocupa acude a rescatarle el ejército amigo, en ocasiones un montón de manos se empeñan en sacarte del agujero en el que andas y lo consiguen.  Además, raras veces como ésta lo hacen sin siquiera darse cuenta. Por eso quiero aprovechar este huequecito que escribo hoy simplemente para dar las gracias a todos los que han tenido a bien ocupar parte de su tiempo conmigo, ya sea invitándome a su casa, quedando conmigo, llamándome e interesándose sin ningún motivo especial por cómo me iban las cosas, charlando en un bar o simplemente mandándome un mensaje para que supiese que se acordaban de mí. Y es que no se puede tener la autoestima baja con semejantes amigos. Gracias, de verdad. Aunque no lo sepáis me habéis sacado de un pozo bastante hondo. Gracias.

Volver a sonreír

Bueno, por fin después de muchísimo tiempo actualizo. Pero esta vez es una actualización atípica, que puede que a alguno o a alguna le sepa a poco. No escribiré un artículo nuevo, sino uno parecido a otro que escribí tiempo atrás. El sábado, haciendo limpieza en el trastero, encontré el original que ya creía perdido de "Sonrisa". Tal fue la alegría de volver a tener en mis manos nuevamente aquel papelajo arrugado y con letra imposible que me prometíponer aquí el escrito original, y no la aproximación que en su día fue creada con los recuerdos que me quedaban. Porque es una historia a la que le tengo mucho cariño, porque me trae muchos recuerdos y porque hoy, vuelvo a sonreír.

 

Sonrisa.

Me gusta cuando ríes porque de tu boca escapa un sueño. Y se aleja volando, huyendo de los desvaríos y las crueldades del tiempo como un arroyo avanza casi de puntillas entre las piedras, sin hacer mucho ruido y sin intención de hacerlo. Sueño que se aloja en mi pecho, mariposa en arrullo que se posa al fin tranquila pues en él se hace eterna, inmortal, intocable por los años y por el mundo. Mariposa agarrada a mi corazón, que a veces no me deja respirar, que enmudece lo que podrían ser truenos y doma miedos, toma mi voluntad y la hace tuya y con ella todos mis sueños. Sueños que escapan en busca de un hogar por mi boca y dudan en el aire, y en el aire están. Inmóviles, como tratando de encontrar el camino correcto. Asediados por el tiempo, aguantando el temporal de ideas y desvaríos que en este mundo. Y entonces sonríes de nuevo, y se desvanecen convirtiéndose en realidad, y la realidad se hace sueño, sueño que te mira a los ojos y se da cuenta de que ése es su hogar, pues en muchos se pierde pero sólo en los tuyos se encuentra. Y allí, en un rinconcito, espera impaciente la llegada de más sueños, y se hace eterno a su manera. Entonces volverás a reír, tarde o temprano, y aguardará ansioso compañía. Y de tu boca escapará otro sueño, otro arroyo, otra mariposa y la ilusión mía de poder recuperar algún día los sueños que desde hace tiempo me guardas.

 

A todos los que sonríen. A todos los que me hacen sonreír.

El Faro

A lo largo de todos estos años he descubierto que todos pasamos por momentos buenos y malos, algunos geniales y otros terribles. También he descubierto que, cuando todo parece cubrirse de tinieblas, siempre viene bien que aparezca alguien con una linterna. Sé que hay algunas personas que no están pasando por su mejor momento, y me veo en la necesidad personal de retomar el blog para escribirles una tontería más que se me ha ocurrido. Dedicado a esas personas; si necesitáis una linterna, apareceré con una farola.

 

EL FARO.

 

Para que tú me oigas escribí estas frases. Para que tú, como si de un viejo capitán gobernando un barco en mitad de una tormenta se tratase, vieses la pequeña luz de un faro anunciando tierra firme allá a lo lejos, tras los rayos, las afiladas gotas de agua y las enormes olas que, durante no sabes muy bien cuánto tiempo, te tienen paralizado. Para que recuerdes ahora más que nunca que hay dos tipos de capitán. Uno de ellos dejaría su barco a la deriva, a merced de la tempestad, rendido al cansancio, al miedo y a la desazón que da el verse solo, el creerse abandonado en no se sabe bien dónde ni tampoco muy bien por qué. Así, al menos, cuando el casco se resquebraje, caigan los mástiles y el agua lo anegue todo, los marineros que se encontraban a sus órdenes griten desesperados y un último remolino de espuma se lo lleve al mismísimo infierno, podrá echarle la culpa al maldito destino. Pero tú, y lo sabes tan bien como yo, no eres como ese capitán. No, tú eres como aquel viejo lobo de mar con cientos de batallas y tormentas a sus espaldas, tifones, penurias y luchas, que ante una situación tan adversa sólo sabe hacer una cosa. Ese capitán se mesa las barbas, otea en derredor como si el temporal no fuese con él, y hace, como ya he dicho antes, lo único que sabe hacer: agarra el timón, firme, erguido en lo alto de la toldilla, y lanza instrucciones claras, directas y seguras a todos y cada uno de los marineros que, quizás contemplando su actitud, se ven envalentonados por un valor que nadie sabe muy bien de dónde ha salido. Ese capitán, que eres tú, es consciente de que si lucha tiene una oportunidad de salir vivo de semejante epopeya, pero que si se rinde ante vientos, trombas y mares embravecidos en poco tiempo nada quedará ni de él ni de su barco. Y es ese capitán, el que aun en esa situación es capaz de mirar a la vida y a la muerte a los ojos, el que aún puede gritar que será él el que gane la batalla, quien se dará cuenta de que todo consiste únicamente en sabes aguantar un segundo más, tan sólo un segundo más. Y verá el faro, más tarde o más temprano, allá a lo lejos en el horizonte. Y cuando llegue a tierra firme, cuando llegues a tierra firme, entonces volverás la vista atrás asombrado de tu proeza. Y te sentirás orgulloso. Sentirás ese orgullo que sólo sienten los valientes, a los que se puso en este mundo para demostrar que imposible únicamente significa que nadie lo ha conseguido antes. Y justo en ese momento, mientras el cielo claree y aparezca un sol cegador que empiece a secarte las empapadas vestiduras, tal vez recuerdes que, como ya oíste en su momento, "todo pasa".

María.

En el marco de la puerta. Estaba sola en el marco de la puerta. Los pies doloridos, cansados ya antes de empezar a andar. Las piernas débiles, temblorosas, y junto a ellas una maleta reposando sobre un suelo tan frío que creyó ser lo que le helaba el alma. Manos. Frágiles, abiertas, las palmas vueltas hacia los costados. Protegidas, seguras en su debilidad. Tristes manos que colgaban al final de unos brazos flácidos, sin fuerzas ya, tan hartos de abrazar y recibir golpes como si la vida sólo hubiese sido eso. Le latía fuerte el corazón. Se podría decir que era el espoleador, el que con su rítmico y frenético repiqueteo mantenía al resto del cuerp despierto y evitaba que se desplomase a cada instante sobre el suelo, sobre su drama y sobre sus sueños rotos, afilados como cristales, peligrosos como mortíferos oasis cuya trampa no ves hasta que ya es demasiado tarde para volver atrás. Su corazón palpitando. Y sobre él unos labios trémulos, cuya sonrisa hacía ya tiempo que se había perdido al doblar una esquina, en el mercado o simplemente viendo el televisor; quién sabe. Una sonrisa hermosa, viva, de ésas que te iluminan el mundo hasta que dejas de verlo como es y se te muestra como debería ser. Una sonrisa sincera que ahora, a base de golpes, mentiras y traiciones había decidido refugiarse en lo más profundo del alma para no volver a salir jamás. Y unos ojos enamorados, cuyo brillo ni siquiera las cicatrices y los moratones podían apagar. Un brillo de esperanza que se agotaba a cada lágrima, escapando en cada gota que caía por su mejilla, pero del cual aún quedaba suficiente. Suficiente para decir basta, suficiente para decirle adiós, a él y a sus miserias, sus bajezas, sus falsas promesas. Su cobardía, su incapacidad, su inmadurez, su violencia incompetente. Adiós al miedo, al rechazo, a darlo todo y no recibir más que malas maneras, golpes y desprecios. Adiós a llamar a una puerta que al fin era consciente de que jamás se iba a abrir para ella, que por el simple hecho de ser ella sería la única que nunca la cruzaría. Por fin lo veía claro, aunque le había costado años. Era él el responsable, era él quien de tener que hacerlo algún día debería rendir cuentas. Era su puño el que debía ceder, caer, rendirse ante su paso. Era su miseria la que debía rendirle pleitesía a ella. Por fin lo sabía. Tanto tiempo pasó pensando que ella no lo merecía y ahora se daba cuenta: en realidad era él quien no se merecía alguien como ella. Ahora María lo sabía, y el corazón sugirió que ya era el momento y la mano se cerró alrededor del asa de la pequeña maleta. Dio media vuelta y se alejó con paso firme, entre lágrimas pero caminando hacia delante. Hacia delante, a partir de ahora siempre hacia delante se dijo. Y misterios de la vida, que aquella sonrisa escondida, temerosa y tímida decidió en ese preciso momento que ya era hora de volver a iluminar el mundo de nuevo con su sinceridad...

 

Dedicado a todas aquellas personas que en algún momento de su vida han sido María.

Sonrisa

Hay una frase que algunas veces suelo poner de nick, y que ha tenido bastante éxito. Hoy he decidido reescribir el texto del que formaba parte y que por desgracia perdí hace tiempo, y espero que el resultado se parezca mínimamente a lo que fue en su momento. Las palabras han cambiado, pero el espíritu sigue siendo el mismo.

 

Sonrisa.

 

Me gusta cuando ríes porque de tu boca escapa un sueño. Y se aleja volando, inquieto, travieso, dejándose querer por el aire que lo mece. Aventurándose en este mundo extraño, flojito, sin hacer ruido, como un arroyo que desfila sinuoso entrerocas escarpadas buscando un mar donde desembocar, que son mis ojos. Y allí, una vez bajo refugio, baja hasta el pecho, siguiendo el antes tenue y ahora fuerte latido que lo guía como si gritase "¡aquí, estoy aquí!". Y descansa. Acurrucado en un rinconcito, se duerme. Entonces ocurre lo que debe ocurrir cuando en un asunto se mete por medio la magia: ese sueño, antes tuyo, lo hago mío. Y como sueño que es, uno no puede quedárselo, porque entonces muere de tristeza. Así que cuando despierta, una vez desperezado, coge fuerzas y se lanza con valentía al exterior, a la aventura, en busca de alguien que lo acoja. Y se encuentra contigo, con esos ojos, y descubre al momento cuál es el lugar al que pertenece. A él se dirige, y bajando hasta donde ese "pum, pum" tan conocido por los sueños le dice que debe ir, alcanza su hogar, que es el tuyo. Y allí, justo allí, se duerme junto con los demás sueños que ya estaban allí antes, esperando acurrucado a la esperanza de que, algún día, se haga mayor y se convierta en realidad.

Reflexionando a voz en cuello

Me gustan los cabrones de verdad. Los profesionales, los que antes de hacértela marcan su hazaña con un redoble de tambory un ¡chas! final antes de hacerte el triple tirabuzón sin red y clavártela hasta el fondo por donde más duele. Son profesionales de lo suyo, artistas del puteo, que por diversos motivos dedican su vida a joder al personal. Me gustan porque desde un principio los ves venir, con su fanfarria escandalosa que parece decir "¡eh, que voy a por ti, la has cagado compañero!", y te da tiempo a apartarte. Incluso se puede uno lucir si anda rápido mientras los templa con el capote y va desmontando su jugada. Gente que acepta, ya sea queriendo o de forma involuntaria, las normas del juego. Las que establecen que él o ella tengan armas para atacar y tú armas para defenderte. Gente noble a su manera, vaya, por decirlo de alguna forma. Y luego están los otros. Y las otras. Miserables tiñalpas cuya única forma de aspirar a algo mejor es atacando a traición, ¡zaca!, tan incapaces de aceptar las reglas del juego antes mencionadas como de ganar si éstas se respetan. Mezquinos y mezquinas (en este saco cabe gente de ambos sexos) que antes de atravesarte la espalda y sacarte la punta por el pecho, te dan un masaje para que los músculos estén relajados y oye, todo sea más sencillo. Un detalle. Lo peor de esto es que, mientras te hacen la cama (algunos están tan entrenados en este arte tan ruin que incluso le ponen edredón, funda para la almohada y peluches) de cara a la galería (from face to the gallery, en homenaje al bilingüismo) son un completo encanto, el conejito de Bambi poniendo ojos tiernos, vamos. Para comérselos. Pero masticando bien, piensas tú. Y claro, como ellos son ángeles, pues el que diga o haga algo en su contra es el mismísimo Lucifer trabajando de inspector de hacienda. "Cómo te metes con una criatura así, salida de las mismísimas manos de Dios, tan blanquita y pura, con sus alitas y ese aro sobre la cabeza con el que parece una canasta de hojaldre". Así que lo único que te queda, que al fin y al cabo no es poco, es una última oportunidad. La de esperar agazapado entre las sombras, con la mano en el pecho taponando la herida para que la sangre salga lo más despacio posible, con su propio puñal en la otra mano. Esperando a que, ya confiado o confiada, pase por tu lado con la guardia baja y ñaca, devolverle lo que es suyo. "Uy qué despiste, pensaba que tu costada era tu mano, lo siento", y go back home singing tralarí tralará. Porque la estrategia de estas personas tiene un defecto bastante importante: mientras que el cabrón de verdad, el artista del principio, puede matarte y rematarte, el imbécil mezquino y repulsivo únicamente puede herirte y esperar a que te desangres por tu cuenta. Y eso, cuando no sale bien, es jodido. Porque como dicen en los documentales de La 2, no hay nada más peligroso que un animal herido, que en lo único que piensa durante lo poco que le queda de vida es en tirarse al cuello de su verdugo con las fauces abiertas y morir matando. Por joder más que nada, ya que a él tampoco le han hecho precisamente un favor. Atacar rápido, sin que se le espere, pero de frente. Mirando a los ojos. Así podrán pagar a medias a Caronte cuando suban a la barca. Y quizás, la mayoría de las veces, a esos viejos lobos heridos es lo único que les queda. Lo único de lo que no le han despojado: el honor, la valentía, la honradez con la que el cabrón profesional te avisa para que pongas el capote y temples. Los que te dicen desde el principio que la mandrágora en realidad tiene pene, se llama Manolo y es camionero o aspira a serlo. Acabar con todo esto dándole una lección de elegancia, de bravura y de modestia a quien se pensaba más que nadie, the king of the mambo. Esto que escribo hoy es sólo una reflexión en voz alta, un pegote de palabras unidas de la forma más sincera posible y cuyo resultado final me ha dejado bastante contento. Todos aquellos que saben que me importan (espero haberlo dejado claro durante estos años), a los que siempre he intentado demostrárselo, deben estar tranquilos, porque este texto no va con ellos (y sí otro que a ver si escribo para hacerles justicia). Para todos los demás, Mastercard. Y para algunos, procurad no acercaros a las sombras; puede que vuestro propio cuchillo os esté esperando.

En la soledad de tu compañía.

Bueno, hora ya de actualizar. Vuelvo a pegar un golpe de timón (Pérez Reverte me tiene absorto con sus novelas marineras) para escribir algo que poco tiene que ver con lo último. Espero que os guste.

 

En la soledad de tu compañía.

 

Miro. Miro la silueta que describe tu cuerpo desnudo bajo la sábana en la suave luz de la noche. Miro tu pelo, enmarañado, ahora que estás de espaldas y duermes. Oigo. Oigo tu respiración rítmica, pausada, tranquila. La oigo como oía minutos atrás tu corazón desbocado. Oigo el silencio que nos envuelve, que detiene el tiempo en este momento y que acentúa mis pensamientos. Huelo. Tu perfume, tu sudor, tu pelo una vez más. Esa tenue mezcla que floa en la habitación como un rumor que ni siquiera sabe muy bien qué contar. Toco. Tu cara, despacio, procurando no despertarte, para poder llevarme un último recuerdo de tu piel. Toco las sábanas que te envuelven, abrazándote con ellas. Recuerdo. Recuerdo tu mirada, tu sonrisa, esa que cada vez que aparece es una pequeña victoria y me hace creer un poco más en el cielo. Tu voz, tus gestos, tú. Vuelvo a mirarte. Bendigo. Maldigo. Bendigo a la noche que una vez más te ha hecho mía, y a mí tuyo, y que de momento nos une eternamente (hoy es siempre todavía, que escribió Machado). Maldigo al sol, al temible amanecer con el que, de un momento a otro, comenzarás a despertarte, abrirás los ojos y marcará el final de todo lo que una vez me importó, de todo lo que para mí era bueno. Y siento. Miedo, un miedo que me recorre por completo como un gélido escalofrío, que me obliga a abrazar cada instante de esta noche con la desesperación de quien sabe que al llegar el alba será lo único que le quede; con la serenidad triste del que sabe que la lucha está perdida de antemano y sólo puede sentarse a ver cómo la felicidad se le escapa de las manos. Porque cuando el sol aparezca y me apuñale con sus rayos, y acabe sin piedad con esta noche que tan eterna parecía, te irás. Te irás y yo no podré seguirte. Esta vez no. Y mientras tú duermes, serena, tranquila y fría, yo a cada segundo muero un poco por dentro.

Marcas.

Productiva mañana la de hoy en la biblioteca. En casi hora y media me he cargado a Julio Verne y he dinamitado el Nautilus con toda la tripulación dentro mientras el Capitán Nemo me hacía un corte de mangas. Y es que esto de la programación no hay por dónde cogerlo. No hay forma de encontrar un hilo conductor decente. Probé también con el Apolo IX, pero se me desintegró al entrar en la atmósfera, y el Beagle y Colón ni siquiera llegaron a zarpar del puerto. Pero bueno, por lo menos hoy es viernes. Fucked but happy, que diría Lennon si no le hubiesen hecho esos implantes metálicos a base de escopeta. Zaca, zaca. Y yo aquí, con cara de circunstancia, esperando que la musa, que debe haber perdido el bus, venga a decirme de una vez: “podrías hacerlo de esto”. Coti, además, se encarga de contarme por los auriculares que el mundo está hecho una mierda. ¡No jodas! ¿Y cómo es eso? Cuenta, cuenta. En fin, que me quejo de vicio, pero oye, me apetecía. Y ahora la pregunta: ¿Qué escribo hoy? Bueno, pues vamos a ver qué sale...


Me gustan. Quizás porque escribo, esa puede ser una buena razón. Aparecen de repente, alehop, y ya difícilmente se van. En la frente, en las comisuras de los labios o moteando unas mejillas. No es que me apasionen, pero me resultan interesantes. Marcas, imperfecciones. Arrugas de reír o patas de gallo de llorar. Una peca intrépida que aparece en mitad de la nada, en territorio hostil, al grito de “¡aquí estoy yo con mis circunstancias!”. O ese grano con una vida de un par de días que espera a una cita importante o a la foto del carnet para hacer su aparición estelar. Y no es que me gusten los granos (mi relación con ellos acabó en la pubertad, cuando decidimos que ellos no se metían en mi vida y yo no me metía en la suya), pero al igual que las arrugas o las pecas, forman parte de una historia, agridulce muchas veces, que se va escribiendo en una cara con la tinta del tiempo. Una historia, unas señales, que nos hacen humanos. Imperfecciones que nos definen, que nos alejan (muchas veces en contra de nuestra voluntad) de esos estereotipos del Jolibú de las estrellas, programadas y esculpidas a base de palanganas de cremas, bisturís de culo inquieto y horas de Photoshop. Rostros que no dicen “esta noche no he dormido bien, perdona si estoy de mal genio” o “cómo se nota que no habéis pasado una guerra”, sino simplemente “estoy vacío, quiéreme”. Y coño, además les funciona. Puede que por eso les llamen artistas. El caso es que las imperfecciones me gustan, no tanto ellas como sus historias, las que tienen detrás. Esa peca solitaria a lo “Salvar al soldado Ryan” o “Tras la línea enemiga” que debe sentirse aliviada cuando a lo lejos en el horizonte (quizás en el otro extremo de la mejilla) consigue avistar a una compañera. O ese grano talibán que al grito de “El acné es grande” se inmola en nuestra nariz para recordarnos que, para bien o para mal, no somos robots sino humanos. Pero sobretodo esas arrugas, como las que aparecían en la cara de mi abuelo y me indicaban que era feliz cuando con cinco años le miraba mientras correteaba por el parque, esas arrugas que son un cachito más de mis recuerdos. Nunca me gustaron esas caras vacías, tal vez porque me recuerdan a un folio en blanco y pocas cosas me dan más miedo. Sé que el de hoy puede parecer un post raro, pero qué esperábais. Al fin y al cabo acabo de matar a Julio Verne, y Nemo me está poniendo de hijo de puta para arriba.

Graffiti

Hoy, como petición especial, cedo un cachito de mi blog a un tipo cada vez menos bajito y cada vez más grande: mi hermano. Suyo es lo que se escribe a continuación:

 

Buenas a todos, soy David, el hermano del creador del blog(dios que bien suena xD) y quiero hablar de un tema que todos conocemos pero nadie parece saber sobre él lo necesario para comprenderlo o para prohibirlo, el graffiti.

El graffiti consiste en plasmar un nombre, un dibujo, una idea o cualquier cosa que se desee en una pared, en un tren o en cualquier superficie. Cuando se habla de graffiti se suele relacionar con delincuencia, prohibicion y vandalismo, un dia buscando la definicion encontre esto: Graffiti es el resultado de pintar en las paredes letreros, frecuentemente de contenido politico o social, sin el permiso del dueño del inmueble. Sin permiso es decir con una cierta prohibicion que es lo que lleva a hacerlo.

La mayoria de las veces se plantea la pregunta:”¿Graffiti, arte o vandalismo?” el graffiti es una forma de expresarse muy compleja creando formas, colores e incluso relieves de donde solo habia una superficie plana mediante degradados, brillos, sombras...

El objetivo de los graffiteros es el de ser conocido en la mayoria de sitios posibles e ir ganando reputacion. Esta se consigue haciendo piezas, throw-ups, tags e incluso poniendo carteles y pegatinas. La prohibicion de esto hace que los graffiteros busquen lugares muy transitados por gente o muy arriesgados para dejar su marca. A continuacion una pagina con algunos de los terminos del graffiti:  http://www.telepolis.com/cgi-bin/web/DISTRITODOCVIEW?url=/1599/doc/glosario/glosario.htm

Aquí dejo algunos espacios de graffiteros españoles que consiguen sacar degradados, relieves e incluso paisajes a partir de unos sprays y un muro aunque tambien hay algunos que utilizan otros metodos como plantillas:

 

http://www.fotolog.com/wosan

http://www.fotolog.com/yatusabesmadrid

http://www.fotolog.com/zoeruno

http://www.esflog.com/mu3rto

http://www.esflog.com/neas1

http://www.esflog.com/yatusabes

http://www.esflog.com/zoeroner

Si quereis dejar opiniones, paginas de interes o incluso pedir mas informacion, podeis escribirlo en los comentarios o agregarme a davidovich_1992@hotmail.com, gracias, saludos.

Quizás

Vuelta a la biblioteca y por tanto vuelta a las letras. Hay veces en que, por simpatía o por experiencias que se han vivido antes, uno es capaz de hacer suyas las historias de otros, o por lo menos eso intenta. Así nació esta historia. Espero que te guste.

 

QUIZÁS.

 

Quizás éste sea el comienzo del fin; quizás, tarde o temprano, te alejes tanto que ya no puedas volver; quizás fue todo una locura, pero qué es el amor sino amor loco; quizás mi mano no aguantó lo suficiente al agarrarte, quizás fuiste tú quien se quiso soltar; quizás, en esta triste habitación donde antes sonreía a tu lado me de cuenta de que todo ha cambiado, quizás todo fue un sueño que acabó en pesadilla; quizás fuiste ese ángel que necesitaba, que me cogió y me levantó cuando estaba hundido en el infierno para después volar de aquí una vez yo tenía ya mis alas; quizás cuerpo, quizás alma, quizás todo; quizás descubrí que me he perdido en muchas miradas pero sólo en la tuya me encuentro; quizás ahora, derrotado y sin fuerzas, descubra que hay que volver a empezar; quizás, ahora que te has ido, deba sobrevivir para poder volver a vivir más tarde o más temprano; quizás te llevaste todo lo que era y ni siquiera te diste cuenta. Sólo de una cosa estoy seguro: te quería. Y quizás, sólo quizás, aún te quiero.

Te regalo.

Hoy toca historia nueva. Bueno, esta vez, y sin que sirva de precedente, me meto cual okupa en el terreno de la poesía que tan bien cuidado tiene Laura, aunque siempre con un toquecito de prosa. Esta vez, la excusa es una frase que suelo usar a menudo y que me vino a la cabeza mientras, cual enfermo de Parkinson, escribía entre baches y curvas en un autobús que nos alejaba a cada segundo un poquito más de un sueño y nos devolvía a la cruda y rutinaria realidad.

 

Te regalo.

Te regalo una pizca de la impaciencia

con la que aderezo las nostalgias de nuestros momentos,

los que pasaron y no volverán

y los que están por venir y probablemente no serán tan dulces.

Te regalo mi tiempo y la forma de utilizarlo,

la posibilidad de desperdiciar hasta el último segundo

o atesorar cada instante.

Para ti son mi alma y el cuerpo que le sirve como títere,

porque yo solo no sabría qué hacer con ellos.

Te doy también mis rabietas

y esa forma tan rara de hacerte notar que estoy enfadado.

Te regalo mis sueños y los pensamientos más secretos

que un hombre pueda tener, son tuyos,

porque formas parte de ellos.

Y quizás, tan sólo si tú quieres algún día

son tuyos la más sincera de mis sonrisas,

el más protector de mis abrazos,

el mejor de mis besos

y la más tierna de mis caricias.

Para que luego digas que nunca te regalo nada.