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El Bocas

El pianista

Gracias por la inspiración.

 

El pianista.

 

 

Quizás ninguno sabe nada. Quizás, piensa mientras cierra la puerta de la cafetería tras de sí, tampoco importe demasiado. Él sabe lo que va a pasar, y con eso basta. Hace tiempo que aprendió a guiarse por sí mismo y no por lo que pudiesen decir los cuatro cantamañanas de turno. Nota, eso sí, los nervios que le recorren los brazos para terminar en unos dedos temblorosos. Qué carajo, se dice. Hoy es su día. Y lo sabe. Hasta la segunda planta hay unos peldaños en los que poder mirar alrededor: hay gente hoy. Mucha. ¿Demasiada? A tomar por culo. Sube, se sienta y pide una pinta. Vendrá bien para relajarse. El tiempo que pasa hasta que se la traen lo pasa tamborileando la mesa con los dedos, sin ningún ritmo ni nada que pueda parecérsele. Por fin traen el vaso, piensa. Se lo lleva a la boca despacio, como si fuese John Wayne en el salón de un pueblo del oeste. Yo soy la ley y todo eso. Tiene la mirada fija en su destino, en su prueba. Es magnífico. Un piano de cola negro, en un escenario vacío cuya magia viene dada entre otras cosas por la delicada y fina nube de humo en suspensión que lo cubre. Un piano que reposa allí esperando a que algún valiente, un artista de los de verdad, sin partitura ni ensayos, con corazón y esa inspiración que de vez en cuando asoma tímida y te guiña un ojo, suba y saque de su interior el arte que guarda. Su piano. Toma un último trago de cerveza y se levanta. Algunos le miran, pues les extraña que se vaya ya si acaba de llegar. Pero hoy no. Hoy el camino que toma no va hacia la salida. Con paso firme aunque algo asustado sube al escenario, velado por la neblina. Casi puede oler los telones rojos recogidos a ambos lados. Se sienta en el taburete, y súbitamente se hace el silencio. Así que era verdad, piensa la gente. Hoy tocará. La primera nota es la más difícil, se dice. Es la que marca el comienzo, la que sitúa un punto de no retorno a partir del cual sólo se puede ir, o huir, hacia delante. Suena llenando los huecos de la cafetería, cruzando el aire, rebotando en las paredes sutilmente. Parece mentira que haya sido él. Pero después de esa nota viene una segunda, y una tercera, y pasados unos segundos es imposible seguir la cuenta. Porque ya es arte, y el arte no puede cuantificarse, sólo vivirse. Aún quedan algunos nervios, o más bien una preocupación. La preocupación por la atención del público, por si estarán escuchando, por si aquella melodía tendrá alguien que la escuche, que la acoja. Por si molestarán a alguien su piano y él. Sigue tocando, no obstante. Piensen lo que piensen los demás. Lo que no sabe en ese momento es que, a varios cientos de kilómetros de allí, un amigo suyo levanta una copa de cerveza orgulloso y dice: con dos cojones, camarada. Con dos cojones.

 

3 comentarios

Carlos -

Como tu mismo has dicho en cierta frase de tu relato "Es magnífico"

Marina -

Secundo todo lo que ha dicho Laura, todo todo ;)

Laura -

Muy chula.Aunke yo ya e exo mi lectura, me gustaria saber (si se puede) a kien le agradeces la inspiración.

Gracias por volver a escribir, ya sabes ke para mi siempre es un placer leerte.