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El Bocas

María.

En el marco de la puerta. Estaba sola en el marco de la puerta. Los pies doloridos, cansados ya antes de empezar a andar. Las piernas débiles, temblorosas, y junto a ellas una maleta reposando sobre un suelo tan frío que creyó ser lo que le helaba el alma. Manos. Frágiles, abiertas, las palmas vueltas hacia los costados. Protegidas, seguras en su debilidad. Tristes manos que colgaban al final de unos brazos flácidos, sin fuerzas ya, tan hartos de abrazar y recibir golpes como si la vida sólo hubiese sido eso. Le latía fuerte el corazón. Se podría decir que era el espoleador, el que con su rítmico y frenético repiqueteo mantenía al resto del cuerp despierto y evitaba que se desplomase a cada instante sobre el suelo, sobre su drama y sobre sus sueños rotos, afilados como cristales, peligrosos como mortíferos oasis cuya trampa no ves hasta que ya es demasiado tarde para volver atrás. Su corazón palpitando. Y sobre él unos labios trémulos, cuya sonrisa hacía ya tiempo que se había perdido al doblar una esquina, en el mercado o simplemente viendo el televisor; quién sabe. Una sonrisa hermosa, viva, de ésas que te iluminan el mundo hasta que dejas de verlo como es y se te muestra como debería ser. Una sonrisa sincera que ahora, a base de golpes, mentiras y traiciones había decidido refugiarse en lo más profundo del alma para no volver a salir jamás. Y unos ojos enamorados, cuyo brillo ni siquiera las cicatrices y los moratones podían apagar. Un brillo de esperanza que se agotaba a cada lágrima, escapando en cada gota que caía por su mejilla, pero del cual aún quedaba suficiente. Suficiente para decir basta, suficiente para decirle adiós, a él y a sus miserias, sus bajezas, sus falsas promesas. Su cobardía, su incapacidad, su inmadurez, su violencia incompetente. Adiós al miedo, al rechazo, a darlo todo y no recibir más que malas maneras, golpes y desprecios. Adiós a llamar a una puerta que al fin era consciente de que jamás se iba a abrir para ella, que por el simple hecho de ser ella sería la única que nunca la cruzaría. Por fin lo veía claro, aunque le había costado años. Era él el responsable, era él quien de tener que hacerlo algún día debería rendir cuentas. Era su puño el que debía ceder, caer, rendirse ante su paso. Era su miseria la que debía rendirle pleitesía a ella. Por fin lo sabía. Tanto tiempo pasó pensando que ella no lo merecía y ahora se daba cuenta: en realidad era él quien no se merecía alguien como ella. Ahora María lo sabía, y el corazón sugirió que ya era el momento y la mano se cerró alrededor del asa de la pequeña maleta. Dio media vuelta y se alejó con paso firme, entre lágrimas pero caminando hacia delante. Hacia delante, a partir de ahora siempre hacia delante se dijo. Y misterios de la vida, que aquella sonrisa escondida, temerosa y tímida decidió en ese preciso momento que ya era hora de volver a iluminar el mundo de nuevo con su sinceridad...

 

Dedicado a todas aquellas personas que en algún momento de su vida han sido María.

4 comentarios

la floha -

ACTUALIZAAAAAAAAAAA!!!

Laia -

Hacía mucho q no pasaba por aquí!Muy bonita la historia...pero tb dura...
Un besito!

Marina -

que dificil se me hace siempre comentarte, es que me dejas sin palabras ^_^
(la historia me resulta algo familiar, ¿es alguna que ya escribiste y que me dejaste leer? ¿o un dejá vu de los muchos que suelo sufrir? ^^U)

laura -

Simplemente GRACIAS.